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La profesionalidad con la que conducía pudo llevarlo hasta una de las primeras y más confortables guaguas Yutong que adornan de azul las autopistas de Cuba hace años, pero él prefirió seguir con los suyos, apegado a las madrugadas y los amaneceres en medio de las extensas llanuras de las instituciones escolares de Veguitas o a las ubicadas en el Caney de Las Mercedes, en las faldas de la Sierra Maestra.

 

Fue en esa última comunidad del municipio de Bartolomé Masó donde nos conocimos, allá por septiembre de 1999, cuando yo comenzaba mis estudios de preuniversitario en la unidad #4 Walter Vives, de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos; él al “mando” de una de las emblemáticas y añejas guaguas "Girón", pero la suya distinguía en pulcritud, elegancia, casi nueva.

 

“La cuido mucho compay, porque es lo mío. Cuando salgo de vacaciones no me gusta que la maneje nadie más, porque lo ajeno no se cuida como lo propio. Es mi novia, una tacita de oro que hago brillar.”

Era así y nunca llegaba pasado de hora a recogernos en un pase escolar o si traía a los profesores a la escuela y de antemano lo comunicaban no había acabado la hora del desayuno y ya los docentes descendían del ómnibus.

 

Nunca se podía poner a prueba. ¡Siempre ganaba! La puntualidad y eficiencia eran carta de presentación.

Y de qué manera obtuvo la admiración y el respeto de los muchachos, de los profe y de toda aquella persona que abordaba su carro: siempre gentil y afectuoso.

 

Después de aquel período sostuvimos una relación de camaradería, el saludo era franco, y cuando me veía en la calle o la carretera, me recogía en su guagua, que luego pasó a ser una moderna Yutong, de la empresa de ómnibus escolares de Manzanillo. Igual era reliquia: jamás lo vi andar con el carro sucio.

 

“Éramos como hermanos, Robert. Una excelente persona, a quien debo agradecerle la ayuda en los duros momentos del período especial cuando yo era profesor en Veguitas”, me comenta por el chat Wilfredo Moreno Rosabal.

 

Ambos compartimos la tristeza, y el hoy conductor de taxis la expone en cada palabra: “Duele mucho. Nunca me dejó “bota´o” en ningún sitio; por muy llena que trajera la guagua me hacía un “espacio”.

"Conocía como nadie las carreteras de Granma; me impresionaron la confianza y habilidades como conductor profesional.

 

“Después que se enamoró en el Caney lo veíamos poco por Yara. Alegre y cordial, formó una linda pareja con Yuramis, muy buena y noble, muy amorosa con su compañero en la vida. Él siempre le demostró un amor eterno e incondicional.”

 

Es jueves de dolor al lado izquierdo del alma y se multiplica en miles, sí, miles de personas que conocieron a este manzanillero de notable estatura de caballero; hijo, padre, esposo y amigo excepcional.

 

¡Cómo vivirá estos minutos de conmoción, Francisquito, el chofer de la dirección municipal de educación, su colega, confidente y mano derecha!

Cuando a partir de ahora, los profesores granmenses o los alumnos necesiten trasladarse o alguien haga señas en cualquier parada, el ambiente traerá el recuerdo intacto y permanente de José Manuel Miranda Alarcón.

 

Él llegará resplandeciente de júbilo a recoger la carga de vida para llevarla, sonriente y atento, mediante la carretera de los afectos por la que eternamente conducirá.

 

Descansa en paz, Jose, mi amigo. Usted lo merece por la obra de vida en excelencia al volante de la 06 - 823.

Texto Roberto Mesa Matos    Fotos: Cortesía de José Manuel.