Cuando el ómnibus donde viajaba la comitiva integrada por los directivos de la Comisión Nacional de Béisbol y la prensa especializada se detuvo en un terreno de béisbol casi a la entrada de Manzanillo, los peloteritos y profesores que allí practicaban este deporte quedaron sorprendidos.
Allí, en el terreno llamado la Curva, nadie nos esperaba. Cuando el Comisionado Nacional Juan Reinaldo Pérez Pardo bajó las escalerillas escoltado por varios directivos, periodistas reconocidos de la Televisión Cubana, y colegas de la prensa plana, el juego se detuvo.
El desconcierto reinó en aquellos niños de 11 y 12 años que abandonaron el campo avergonzados por practicar descalzos sobre la árida tierra este deporte que desde que nacieron, es parte de su propia naturaleza.
Sus profesores, atónitos, no pudieron predecir una visita de esta naturaleza en su apartado rinconcito donde todos los días se refugiaban a darle rienda suelta a esta pasión, declarada hace muy poco tiempo Patrimonio Cultural de la nación, y alguien ordenó a los niños correr a sus casas a calzarse los zapatos, tal vez los que tenían destinados para la escuela u otras actividades extradeportivas.
Ante la negativa de los recién llegados y el pedido a los profesores, regresaron al campo de juego en el mismo punto donde habían dejado el partido, en medio de un sentimiento indescriptible que humedecía las retinas y trancaba gargantas.
Verlos correr sobre las piedras, conectar las pocas pelotas que tenían con su único bate de madera, deslizarse sin reparos ni quejas con una técnica apropiada para esas categorías sin espacio para capitulaciones, fue una muestra dura y palpable de lo que son capaces de hacer los deportistas cubanos en medio de crisis y bloqueos económicos.
En el centro de la ciudad algunos representantes de la Dirección Municipal del INDER de este territorio, esperaban ansiosos para darnos un recorrido planificado por diferentes complejos deportivos, mientras el bello parque Carlos Manuel de Céspedes, y otros lugares como el Palacio de Artes Marciales, y la Sala de Deportes Eligio Sardiñas, eran un hervidero de niños y jóvenes en plena práctica, guiados por técnicos y activistas que con su propio esfuerzo-como lo declararían luego-mantenían las instalaciones en funcionamiento a base de entrega, en medio de las dificultades económicas.
Un día antes, habíamos vivido la misma experiencia en Guisa, y fuimos nosotros los que quedamos sorprendidos al ver en medio de aquellas montañas que guardan con celo la historia gloriosa de nuestra patria, un movimiento deportivo increíble guiado por gente tan humilde y hospitalaria, que se niega a sucumbir ante los embates de pandemias, vicisitudes, y necesidades.
Tomado de Cubadebate
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